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Mariana es una niña de 13 años que vive en un pequeño pueblo. Su hogar es humilde y ella vive las peores pesadillas, ya que su madre y ella sufren de violencia familiar.

Cierto día, Mariana se encontraba jugando entre los arbustos cuando vio a un lindo cachorro algo perdido que llevaba puesto un collar, prueba de que tenía dueño.

—Que lindo perrito, ¿estás perdido amiguito? Veo que tienes puesto un collar. Quizás tu dueño debe estar cerca buscándote desesperadamente.

Mariana recorrió casi todo el pueblo preguntando a cada persona si el cachorro les pertenecía y ante la negativa, se dirigió a su casa.

—Mamá, mira, encontré a este lindo cachorro.

—Hija, tiene un collar, lo mejor es regresarlo a su dueño. Se ve que es muy fino y no tenemos dinero para mantenerlo.

—Lo sé, mamá, pero estuve casi toda la tarde preguntando a quién le pertenecía y no puedo dejarlo afuera.

—¿Qué nombre tiene en el collar?

—Tiene un nombre muy raro, se llama Damballa.

—¿Damballa? Parece nombre africano. Bueno, lo dejaré aquí con la condición de que sigas buscando al dueño. Que no se entere tu padre, ya sabes cómo es él.

—Bueno, mamá… Gracias.

Mariana se encariñó muy rápido del cachorro, jugaba a diario con él y dormía con él en la misma cama.

Pasaron los días y Mariana aún no encontraba al dueño. Cada vez que sus padres peleaban, Mariana abrazaba al lindo cachorro mientras lloraba, pidiendo que todo terminara.

Su padre casi siempre llegaba borracho y le propinaba fuertes golpes a su hija y a su madre. Por eso le temían tanto.

Cierta noche, mientras Mariana cargaba al cachorro, de repente se le cae el collar del cuello. Cuando la niña lo recoge, se percata de que en la parte de atrás tenía escrito un mensaje muy extraño que decía:

—Yo, Damballa, de las tinieblas provengo. Si alguna vez tú me encuentras, con estas palabras invocarás a mi dueño: «Invoco al portador de luz, estrella de la mañana, Lucero ven a mí».

Mariana, inesperadamente, se corta el dedo, y algunas gotas de su sangre caen en el collar. Los ojos del cachorro brillan y cambian de ámbar a color rojo como la sangre. De repente, se escuchan fuertes gritos provenientes del cuarto de su madre.

—¡Mamá!

La niña arroja el collar en la cama y sale corriendo. Ve con horror a su madre agonizando en el piso en medio de un gran charco de sangre; su padre le había propinado muchas puñaladas en todo su cuerpo con un cuchillo. Entre la agonía, su madre la ve.

—Corre, Mariana, corre, por favor. No dejes que te mate.

Mariana queda paralizada del miedo, pero aun así logra moverse e intenta escapar. Su padre la alcanza y la agarra fuertemente por el cabello.

—¡Tú y esa zorra de tu madre arruinaron mi vida! No te preocupes, hija, te mandaré con ella. Así el dinero me rendirá más y tendré lo suficiente para beber todo el alcohol que quiera.

Con una sonrisa siniestra, su padre alza el cuchillo para apuñalar a su hija. Pero sus planes se obstaculizan ante una presencia: el cachorro estaba parado al lado de Mariana. Ante la vista de la niña y su padre, este se transforma en un enorme perro monstruoso con grandes colmillos. Sus ojos rojos brotan fuego y su cola parece la de una serpiente. El hombre, aterrado, intenta huir, pero el enorme perro, con sus fuertes mandíbulas, arranca su cabeza y, como si de un platillo exquisito se tratara, lo devora por completo. Mariana puede escuchar el sonido de los huesos de su padre dentro de la boca del gran perro.

—Estoy muy asustada, ¿qué es esa cosa?

El enorme perro se le acerca a Mariana y ella, temerosa, retrocede.

—Por favor, no me comas.

El perro saca su gran lengua llena de sangre y lame a Mariana, dejando su ropa manchada.

—Bien hecho, Damballa —dice una voz desconocida.

—¿Quién es usted?

—Soy el dueño de este cachorro y vine por él. Tú me invocaste, Mariana.

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Yo lo sé todo. Gracias por cuidar de mi perro. En prueba de mi agradecimiento, te concederé dos deseos. Piensa muy bien lo que pedirás.

—¡¿De verdad, señor?! Quiero que mi madre viva y que sea muy feliz, por favor.

El hombre ve a la madre de Mariana muerta y coloca su mano en su frente.

—Listo, ahora está dormida.

—¡¿De verdad?! Muchas gracias —decía Mariana llorando—. ¿Cómo se llama usted, señor?

—Tengo muchos nombres. Me llaman Satanás, el diablo, Belcebú, Leviatán, Damián… En fin, puedes llamarme Lucifer o Lucero de la mañana. Ahora, niña, es hora de que duermas.

Lucifer coloca su mano en la cabeza de la niña, quien cae desmayada en el acto.

Al día siguiente, Mariana se despierta en su cama con pijamas limpias y sale corriendo en busca de su madre.

—¡Mamá, mamá!

—¿Qué pasa, Mariana? ¿Por qué despiertas tan sobresaltada?

Mariana abraza a su madre llorando.

—Mamá, tú estabas muerta.

—¿Muerta? Mi cielo, tuviste una pesadilla. Cálmate, solo fue un mal sueño.

—¿Por qué la casa se ve diferente? ¿Y papá?

—¿Qué cosas dices, hija? Siempre hemos vivido aquí y tu padre murió cuando eras un bebé. Esa historia te la he dicho muchas veces. Ahora ve a bañarte mientras termino de preparar el desayuno.

Mariana, confundida, se dirige a su habitación.

—¿Entonces fue una pesadilla? Éramos muy pobres, mi padre nos maltrataba y ahora nunca lo conocí y vivimos muy cómodamente. Pero todo fue tan real… Me volveré loca si sigo pensando en eso.

Los días de Mariana transcurrieron felizmente, olvidándose de aquella pesadilla.

—Mariana.

—¿Sí, madre?

—¿Desde cuándo tienes mascotas en la casa?

—Mamá, no he traído nada. ¿Por qué lo dices?

—Encontré este collar debajo de tu cama mientras la organizaba. Si no es tuyo, tíralo o regálalo.

Mariana observa el collar y, con sorpresa, ve en la parte de atrás un mensaje que dice:

«Damballa se encariñó contigo pero no te lo puedo dar, si algún día en peligro te sientes, pronuncia su nombre y te lo prestaré sin vacilar».

Mariana, muy feliz, sonríe.

—¡Entonces todo fue real! Gracias, Lucero…

Fin.

 

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