
Cuando los cadáveres llegan a la morgue para la necropsia, vienen con la ropa que llevaban al morir, y es trabajo del perito desvestirlos para iniciar el procedimiento. Muchas veces, esos cuerpos conservan la expresión que tuvieron en sus últimos momentos: miedo, tranquilidad, enojo o tristeza. Incluso, en algunas ocasiones, llegan con lágrimas en los ojos.
Los médicos legistas siempre nos dan una explicación científica, como lo exige su trabajo. Sin embargo, a lo largo de mi experiencia, he aprendido a combinar lo científico con mis creencias personales.
Un caso que jamás olvidaré fue el de un profesor secuestrado, asesinado y enterrado hace tres años en un paraje lejano. Tras una investigación, lograron encontrar la fosa donde yacía. Al exhumarlo, aún vestía su uniforme escolar y su cuerpo estaba en posición fetal, con un rostro que reflejaba una profunda tristeza.
Cuando los peritos intentaron desvestirlo, notaron que la rigidez cadavérica hacía casi imposible retirar la ropa sin cortarla (la cual debe conservarse intacta para su análisis). Fue entonces cuando el médico legista llegó y nos dijo:
«Les voy a mostrar cómo se hace correctamente…»
Todos pensamos que nos daría alguna solución técnica, científica o profesional. Pero, para nuestra sorpresa, comenzó a hablarle al cadáver mientras lo desvestía.
“Ya estás aquí, amigo,” le decía en voz baja.
“Tu familia ya te encontró. Ya no estarás allá, solo.”
“Lo único que quieren es velarte para que descanses en paz.”
“Mira que nunca dejaron de buscarte.”
“Ayúdame a terminar rápido, así podrás reunirte con ellos.”
Mientras decía estas palabras, notamos cómo los vellos se nos erizaban, y nuestros cuerpos sentían un escalofrío. El cadáver, que había estado rígido después de tres años sepultado, comenzó a aflojarse, y el médico pudo desvestirlo con facilidad, dejándolo en una posición de descanso, acostado boca arriba. Su rostro, antes marcado por el sufrimiento, ahora lucía tranquilo.
Este tipo de acto lo practican los buenos médicos, aquellos que, a pesar de convivir diariamente con la muerte, no han perdido la sensibilidad de reconocer que, frente a ellos, hay una persona que fue padre, hijo o esposo, y merece ser tratada con respeto.
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