11/09/2025
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Contare una historia que hace tiempo sucedió en un lugar de la nueva España, la historia nos cuenta la vida de una señora hacendada, que lo tenía todo, dinero, fortuna, caballos, y enormes hectáreas de tierra y un y mil peones a su cargo, su madre ya anciana, vivía con ella, esta le enseñaba que en el día de muertos se debía poner ofrenda a sus muertos, pero siendo su hija una mujer, que había estudiado en Europa, simplemente no creía en eso, Se le hacía de lo más necio y por demás ignorante tal idea. gente inculta que adoraba a los muertos, igual que los indios de los pueblos, porque no tenían educación ni criterio, así que ella jamás permitió que su madre pusiera la ofrenda, así pasaron los años y un día, su madre enfermo tan repentinamente, que el medico llego solo para decir, que no había nada por hacer, así que ese día en la tarde, los indios, peones de la hacienda, le ofrendaron con flores y cantos hermosos a el Ama grande, como le decían con cariño, mientras que a su hija, dueña de la hacienda, se le hacía ridículo tener a los indios en su casa, así que los dejo fuera del hogar y al amanecer en una hermosa mañana, enterraron a la Ama grande en el panteón del pueblo.

Así pasaron los días, y se llegó la fecha en el que la gente se preparaba para ofrendar a sus muertos. La nana, siendo la más cercana a la señora de la hacienda, le exponía que debía poner una ofrenda a su madre, que era una tradición, la señorita, inmersa en sus ideales, lo negó rotundamente, ella jamás pondría algo que la gentuza festejaba con sus estúpidas creencias, así, que el día de todos los muertos. La hacienda se había quedado sola y fría, sin nada que demostrara el afecto a los muertos. Mientras tanto las casitas de adobe podía vérseles llenas de colores, adornadas con flores hermosas, con dulces aroma a frutas y pan, algunas con dulces de piloncillo y velas encendidas, los peones de la hacienda esperaban a sus muertos y muchos caminaban en las calles, cantando canciones que les llenaban de dicha en su viaje rumbo al panteón, en donde algunos comían sentados en las tumbas de sus muertos, algunos otros se embriagaban entonando las canciones o los canticos favoritos del difunto, y llego la noche.

La dueña de la hacienda, se sintió de pronto sola, La gente ya dormida en sus casas, esperaban a sus muertos. Ella viendo hacia el pueblo, empezó a observar, cómo del panteón, comenzaron a salir luces blancas, que al surgir del campo santo, Se transformaban en espectros, que caminaban desde la puerta del cementerio, hacia las casas más cercanas, así es, la nana le había dicho lo importante que era tenerles una ofrenda a sus muertos. Y esa noche se daría cuenta del por qué, Así empezó a mirar con horror, como los muertos entraban a las casas de sus peones. Y como más tarde, salían con una luz en las manos y regresaban por el lugar por donde habían venido pero había un alma, solitaria caminando hacia la hacienda, muy lejos de los hogares de los peones, el terror de pronto la invadió, no sabía qué hacer si meterse a su cama y no salir jamás, o bajar a ver que sucedía, la voz se le había ido de los labios. Sintió como la piel se le erizaba al contemplar a este ser. Atravesar el portón y dirigirse hacia la Casa, sintió que las fuerzas se le acababan, Y sus piernas empezaron a temblar incontrolablemente, los dientes le chocaban haciendo ruidos extraños, más la curiosidad era mayor a aquel terror que sentía en ese instante. Así que salió de la recamara, con un quinqué y bajo las escaleras, se detuvo en seco, a mirar como el alma se adentraba al comedor. Titubeo por un instante. Pero siguió a pesar qué sus piernas no respondían, al entrar al comedor, sus ojos se llenaron de llanto, el alma que había entrado a su hogar, era nada menos que su madre, que buscando en la mesa una ofrenda, veía que no había nada, los ojos de la madre se pusieron tristes al observar la mesa vacía, la mujer se quedó inmóvil, viendo a su madre ahí en frente de ella, en ese instante, una gallina que entro por la ventana, fue a caer exactamente en la mesa, y ahí mismo sin más, tiro su suciedad, la madre de la mujer. O mejor dicho el alma de la madre de la mujer, tomo eso que había dejado el animal en la mesa, Y se dirigió hacia la salida.

La señora de la hacienda, se derrumbó llorando, y adelantándose a la muerta, pidió que le perdonara, por no haber creído en la llegada de los muertos, le juro que desde ese día, jamás faltaría nunca una ofrenda para todos en ese lugar, el alma de la mujer, le miro y sonriendo, se llevó la luz del quinqué con el que la mujer estaba alumbrándose y la suciedad de la gallina, y salió, de la hacienda regresando esa noche al panteón, al día siguiente, la mujer mando llamar a sus peones, les mando comprar para todos ofrendas, mismas que se harían desde ese día en adelante en cada casa de lo lugar, y cada día de muertos, siempre en esas fechas, había una multitud luces en la hacienda, comida y flores, la dueña de la hacienda volvió a ver a su madre una vez más, ¿después de esa noche de muertos en donde la madre había sido por soberbia olvidada? la luz que ahora se llevaba en sus manos, brillaba con tanta magnitud, por ser un alma muy bien amada.

Así que… el día de muertos, es para halagar su llegada, no para llorarles en la mañana, porque eso que les ofrendes a tus muertos, es lo que se llevaran a su morada…