(Chaneques: Su nombre proviene del náhuatl y significa “los que habitan en lugares peligrosos”. Son dioses menores de la mitología mexicana. Se cree que caminan con los pies al revés, habitan en bosques y selvas, y cuidan de manantiales y animales silvestres.)
Un señor venía manejando durante la medianoche, en la carretera a la entrada de Santiago Tuxtla, Veracruz. En el tramo donde iba había completa oscuridad; solo las luces del auto iluminaban el camino. Manejaba con calma, pues era el único que transitaba por ahí.
Pronto llegaría a su casa a descansar después de una semana de arduo trabajo. Todo estaba tranquilo hasta que, de repente, dio un frenazo al ver que algo pasaba corriendo a toda velocidad. Salió del auto y vio cómo la silueta de un niño pequeño y delgado saltaba el cerco de alambre de un rancho. Extrañado, se preguntó:
—¿Qué hace un niño pequeño en este lugar a esta hora de la noche?
De repente, las ramas de los árboles comenzaron a moverse con fuerza, pero no había viento. Lo que se escuchaba eran silbidos. El señor, asustado, se metió a su coche y, justo cuando estaba a punto de arrancar, sintió como algo duro impactaba el vidrio, rompiéndolo. Era una piedra de buen tamaño que alguien había lanzado. Molesto, salió del auto y gritó:
—¿Quién anda ahí, amenazando con hacer daño?
Solo se escuchaban más silbidos y risas burlonas entre los árboles. Entonces, notó que en las ramas se veían varios ojos rojos. El miedo lo invadió y decidió regresar al auto. Esta vez, arrancó decidido a irse, pero, sorprendentemente, una criatura parecida a un niño orejón, desnudo y con apariencia horrible, cayó sobre el coche, golpeando el vidrio con fuerza. El hombre, espantado, aceleró a toda velocidad, logrando tirar al ser.
Desde entonces, quienes transitan por ese lugar aseguran que se les aparecen esas criaturas, mejor conocidas como los «Chaneques». Durante la noche, salen a hacer travesuras a los conductores. Muchas personas han asegurado haberlos visto jugando a orillas de la carretera. Se dice que los Chaneques son defensores de la naturaleza. Si alguien se mete con lo suyo, pueden lastimarlos o incluso llevarse a sus hijos.
Así les sucedió a las personas de la siguiente historia, quienes tuvieron la mala experiencia de encontrarse con ellos.
Cerca del Rancho «Los Chaneques» hay una hermosa finca con un enorme terreno. Dentro de ella existe una bellísima poza de agua, formada por la caída de un manantial. Actualmente, la familia dueña del lugar dio a conocer que, cuando compraron la finca, vivieron atormentados por los Chaneques.
El primer dueño de la finca la vendió por problemas económicos. El señor Avendaño la adquirió a un precio justo. Poco después, se casó con la señora Muñoz, originaria de Santiago Tuxtla, y ambos se mudaron junto con sus dos hijos. Al principio, todo era color de rosa. Iniciaron con el pie derecho en su nueva casa, hasta que ocurrió lo siguiente:
La señora Muñoz solía pasar las tardes sola en casa. Su esposo regresaba del trabajo por la noche, y sus hijos asistían a la escuela en el turno vespertino. Un día, mientras cocinaba, mandó a la criada a cortar hojas de acuyo. Como había una mata dentro de la finca, pensó que no tardaría en regresar. Sin embargo, pasaron varios minutos y la criada no volvía. Molesta, salió a buscarla.
Al llegar al barranco, junto a la poza, encontró a la criada tirada en el suelo. Corrió hacia ella y la despertó. Cuando la criada recobró el conocimiento, le contó lo sucedido:
—Mientras cortaba las hojas, de entre un hueco del barranco salió un niño orejón, desnudo y horrible. Se me fue encima, me atacó y me advirtió que no cortara las hojas, o lo pagaría caro.
La señora no le creyó, pensando que era una broma. Sin embargo, arrancó el acuyo y también hojas de hierbabuena. Además, cortó los frutos de un árbol de ciruelas verdes, dejándolo pelón.
Desde esa noche, la familia comenzó a ser acosada. Les robaban comida, ropa, dinero y rompían cosas dentro de la casa. Al principio, pensaron que era obra de fantasmas o mapaches, hasta que un día encontraron pequeñas huellas en el suelo. No sabían a quién pertenecían, pero pronto lo descubrirían.
Un domingo, mientras los niños jugaban en la poza, llegaron corriendo, asustados y llorando. La señora y su esposo corrieron hacia ellos y les preguntaron qué había pasado. Los niños contaron que, mientras jugaban a los clavados, unos niños desnudos, de apariencia horrible, se lanzaron al agua, les hacían burla y a la pequeña la jalaron del cabello, intentando ahogarla. Su hermano, al intentar defenderla, se llevó varios rasguños y mordidas.
El matrimonio decidió limpiar el monte y cortar la hierba cerca de la poza. Contrataron a un albañil para sellar los huecos del barranco. Sin embargo, mientras trabajaban, los Chaneques atacaron al albañil y a su ayudante. Don Avendaño se enfrentó a ellos con un machete, logrando capturar a uno de los líderes.
Los Chaneques hicieron un trato con él: si liberaba al líder, dejarían de molestarlos. A cambio, el señor no cortaría la hierba del barranco y les ofrecería frutas, cigarros y carne como tributo. Desde entonces, cumplieron su promesa y jamás volvieron a molestarlos.
Ahora, la poza es un lugar privado, bien conservado por la familia Avendaño. Aunque los Chaneques han desaparecido con el tiempo, quienes visitan la finca aún recuerdan las historias de estos seres que cuidan la naturaleza y castigan a quienes osan dañarla.
¿Quién ha visto a un Chaneque?.
Créditos a su autor.