Eran las 9 de la noche en la Ciudad de México, y Erick estaba sentado en uno de los vagones del metro, con los audífonos puestos, mirando su celular. La multitud alrededor de él iba sumida en sus propios mundos, cansada por el día largo de trabajo. Mientras el tren se deslizaba por los túneles oscuros, su teléfono vibró con una notificación de mensaje. No era de ningún contacto conocido. El remitente era un número desconocido.
El mensaje solo decía: *»Yo te veo. Estoy cerca de ti.»*
Erick sintió un escalofrío recorrerle la columna. Miró alrededor del vagón con disimulo, pero todos parecían ajenos, ocupados en sus cosas. *»Solo es una broma tonta,»* pensó, guardando el teléfono en su bolsillo, tratando de ignorar la creciente incomodidad.
El vagón pareció volverse más frío de repente, y un zumbido leve se coló en sus oídos, como si las paredes del tren crujieran. Las luces parpadearon brevemente, y en ese momento vio una figura, una sombra en el reflejo de la ventana, acercándose a él. Giró la cabeza rápidamente, pero no había nadie allí. La figura había desaparecido. Respiró profundo, tratando de calmarse, pero el mensaje seguía resonando en su mente: *»Yo te veo.»*
La paranoia empezó a apoderarse de él. Sentía miradas a su alrededor, incluso si nadie lo estaba viendo realmente. Comenzó a escuchar murmullos en el ruido del tren, voces que parecían susurrarle su nombre desde los rincones oscuros del vagón. *»Están cerca… te están observando,»* decía una voz en su cabeza.
Trató de calmarse, pero el peso de la atmósfera se volvía insoportable. Cada sonido, cada movimiento en el vagón le hacía pensar que alguien lo estaba siguiendo. Vio una figura de pie al final del vagón, inmóvil, pero cada vez que el tren pasaba por una estación, esa figura parecía más cerca, aunque nunca la veía moverse.
Finalmente, cuando el tren llegó a su parada, Erick salió corriendo del vagón, el sudor empapando su camisa. No podía sacudirse la sensación de que alguien lo seguía. Las sombras de las personas a su alrededor parecían alargarse, deformarse, como si lo estuvieran observando desde los rincones más oscuros.
Aceleró el paso hasta llegar a su casa, sin volverse ni una sola vez. Entró y cerró la puerta de golpe, su respiración agitada. El silencio de la casa no lo tranquilizó. Había algo más, algo oscuro, esperando en el segundo piso.
Subió las escaleras lentamente, el aire en la casa era denso, casi asfixiante. Cuando llegó al baño del segundo piso, abrió la puerta con manos temblorosas. El hedor a descomposición lo golpeó de inmediato, pero no lo sorprendió. Ahí, tirado en la bañera, estaba el cuerpo que había metido días atrás. Erick había asesinado a aquel hombre en un ataque de ira, pero no se había atrevido a deshacerse del cadáver.
Con un movimiento rápido, sacó el celular que había dejado junto al cadáver. El mismo celular que no dejaba de sonar con mensajes desde que lo había escondido.
Al bajar las escaleras, el cansancio lo invadió. Se dejó caer en el sofá, sintiendo un leve alivio por haber terminado con la tarea. Pero justo en ese momento, vio algo al pie de las escaleras. El fantasma del hombre que había matado estaba parado allí, observándolo con una sonrisa oscura, sus ojos vacíos.
—No puedes esconderte de mí… —murmuró el espectro, con una voz que resonaba en la mente de Erick más que en el aire.
El corazón de Erick comenzó a latir frenéticamente, y sintió algo frío y punzante en el pecho. Era como si mil agujas lo atravesaran desde dentro. Trató de levantarse, pero cayó al suelo, sus ojos abiertos, fijos en el fantasma que lo observaba.
Mientras agonizaba, vio algo aún peor. Las figuras de las otras personas que había asesinado comenzaron a aparecer a su alrededor, sus rostros deformados, algunos cubiertos de sangre, otros apenas reconocibles. Todos lo miraban, silenciosos, pero sus ojos lo acusaban.
El dolor en el pecho aumentó, y todo se volvió negro.
Días después, la policía llegó a su casa alertada por el terrible olor que provenía del lugar. Lo encontraron desplomado en el suelo, con los ojos abiertos y una expresión de puro terror en su rostro. Al registrar el lugar, desenterraron quince cuerpos más en el patio trasero. Nadie había sospechado de Erick antes, pero ahora, el horror de lo que había hecho quedaba al descubierto.
Lo más extraño fue lo que ocurrió después de su muerte.
El alma de Erick no descansó. En su último aliento, lo vio: unas sombras lo rodeaban, saliendo de las paredes, del suelo, como si esperaran su llegada. Esas sombras comenzaron a jalarlo, arrastrándolo hacia un abismo oscuro, donde las manos de las almas que había matado se estiraban hacia él. Voces llenas de odio, de sufrimiento, lo llamaban, mientras caía en la oscuridad infinita, rodeado de gritos y gemidos que nunca cesaban.
Y así fue como el alma de Erick desapareció, tragada por las sombras y los lamentos de aquellos que había condenado.
Créditos al creador