27/10/2025
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La señora Agatha era una mujer muy gentil que irradiaba mucha ternura, con su cabello blanco recogido con un moño apretado, y sus lentes redondos descansando en la punta de su nariz, era el prototipo perfecto de una abuela tierna, amable y cariñosa. Siempre vestida con faldas largas y blusas de encaje, su sonrisa jamás desaparecía de su rostro.

Todos en el vecindario confiaban en ella, cuando los padres necesitaban una niñera de emergencia ella estaba dispuesta en ayudar, sabían que podían contar con ella. Los niños la adoraban y los padres se sentían tranquilos dejándolos en sus manos, ella era un ángel guardián.

La Anciana era particularmente popular entre los niños. Cada vez que cuidaba a los pequeños les ofrecía galletas recién horneadas, les contaba cuentos emocionantes, y los envolvía en mantas suaves cuando caían rendidos del cansancio. Todos los niños adoraban estar con ella. Incluso aquellos que al principio se mostraban tímidos pronto se encariñaron con su apacible y su constante amabilidad.
Aquella abuela adorable era un alma corrupta por el deseo de cometer los actos más atroces. A lo largo de los años varios niños habían desaparecido sin dejar rastro, y aunque señalaban ciertas coincidencias en los tiempos en que Agatha los cuidaba, nadie en el vecindario podía ni siquiera imaginarse que la encantadora mujer tuviera algo que ver con esas desapariciones.

Todo empezaba de forma inofensiva, los padres agotados por sus trabajos o compromisos recurrían a Agatha con confianza ciega. Cuando la anciana abría la puerta siempre los recibía con una gran sonrisa, y les aseguraba que sus hijos estarían a salvo con ella. Los niños, emocionados por pasar la noche con la señora Agatha, corrían dentro de la casa, ajenos al destino que los esperaba.

Una vez que la puerta se cerraba y los padres se alejaban, la encantadora abuela bajaba las cortinas de la casa y guiaba a los niños a una habitación que parecía normal, esta habitación, estaba adornada con fotos de paisajes y cuadros de niños sonrientes, pero uno de los cuadros colgaba de manera inusual, al moverlo un poco una pequeña puerta secreta se habria. Esa puerta llevaba a un sótano, un lugar al que nadie tenía acceso, salvo Agatha.
Con una voz dulce les pedía a los niños que la siguieran. Les prometía que les enseñaría un juego especial, uno que solo los más valientes podían jugar. Los pequeños inocentes y confiados obedecían sin dudar.

Aquel lugar era fétido y húmedo, ella les pedía que se quedaran quietos, mientras ella sacaba de un viejo cajón cuchillos afilados, sierras oxidadas y frascos con extraños líquidos que ella preparaba. A esas alturas, los niños empezaban a entender que algo no estaba para nada bien. Y ella ya tenía todo listo para su grotesco festín.

Mientras preparaba sus instrumentos los niños comenzaban a darse cuenta de que algo andaba mal. Algunos lloraban otros intentaban escapar. Agatha, los sujetaba fuertemente y comenzaba su trabajo les decía que no sentirían dolor y que todo terminaría pronto, mientras sus manos hacían todo lo contrario.
Los tranquilizaba antes de cortarles la garganta la sangre fluía, goteando en los recipientes que ella había preparado meticulosamente,
asegurándose de no desperdiciar ni una sola gota, el lugar ya se impregnaba de aquel olor metálico.

La macabra obsesión de la anciana no terminaba con la muerte de los pequeños. Ella guardaba cuidadosamente las partes más tiernas de los cuerpos, las envolvía en paños y luego las cocinaba con el mismo esmero con el que preparaba sus postres y galletas.
Las carnes eran asadas y cocinadas en guisos que emanaban aromas tan deliciosos que engañaban incluso al más desconfiado.

Después cuando los padres regresaban a buscar a sus hijos, ella los recibía con una apariencia desconsolada, inventando historias de intrusos y secuestros. Les ofrecía quedarse para cenar, diciéndoles que necesitaban recuperar fuerzas, para así poder buscarlos con el estómago lleno.

Los padres desconsolados y confiando ciegamente en sus palabras, nunca sospecharon que estaban siendo engañados.

En su vulnerabilidad aceptaban la oferta de quedarse a cenar, necesitados de consuelo. Así que se sentaban a la mesa. Entonces sin saberlo comían de la carne de sus propios hijos preparados en guisos y asados exquisitos. La anciana los observaba con deleite, disfrutando de cada bocado que ellos tomaban mientras ella también saboreaba la carne de los pequeños, deleitándose con su propio banquete.

Con el paso del tiempo las desapariciones no pasaron desapercibidas. La policía comenzó a investigar, pero la mujer siempre lograba evadir las sospechas, siempre tenía coartadas perfectas. Era, después de todo, una «inocente y tierna anciana».

Nadie sospechaba de ella, su fachada de una dulce abuela le servía como una perfecta defensa.
Ninguno podía imaginar que una mujer tan amable pudiera estar detrás de tales atrocidades.

Todo cambio una tarde cuando unos padres que habían perdido a su hijo meses antes, empezaron a sospechar de ciertos detalles en la casa de Agatha. El olor a sangre que persistía en el hogar los cuchillos afilados que siempre parecían estar limpios pero desgastados, y el hecho de que la anciana nunca permitía que nadie bajara al sótano. Aprovecharon ese momento en que Agatha había salido de casa a hacer algunas compras.

Ellos entraron sigilosamente y lo que vieron allí los dejó sin aliento. El macabro escenario ante ellos era la prueba definitiva de los crímenes de la abuela: huesos pequeños apilados, frascos con sangre coagulada y restos de carne en descomposición. Todo ello apuntaba que la anciana era la responsable.

Antes de que pudieran huir la puerta del sótano se abrió de golpe Agatha regresó, los sorprendió con un cuchillo ensangrentado en la mano.

«Ahora que lo saben todo, ustedes serán mi próxima cena».

La casa de la abuela fue encontrada días después vacía. No había rastros de la anciana, solo el sótano seguía lleno de huesos, ahora acompañados por un par de cuerpos grandes y frescos que le faltaban algunas partes. Los policías no tardaron en encontrar más pruebas, entre los restos encontraron un cuaderno viejo y empolvado, cubierto de manchas de sangre seca, con una caligrafía cuidadosa, la anciana había escrito cada una de sus «recetas», usando partes de los niños desaparecidos como ingredientes principales.

Los policías informaron a los padres. Aquellos que ya habían perdido la esperanza de encontrar a sus hijos con vida fueron sacudidos por una verdad aún más perversa. Aquellas reuniones que Agatha organizaba con los vecinos, los platos que ella preparaba con supuesta dedicación y cariño, estaban hechos por la carne de los pequeños.

Cada bocado que disfrutaron les pesaría para siempre. Nadie volvió a ver a la señora, y las desapariciones en el vecindario por fin cesaron.
La policía organizó una búsqueda pero todo fue inútil. La abuela caníbal se había desvanecido por completo.
Y por otra parte, algunos padres nunca pudieron volver a probar la comida sin sentirse enfermos, mientras que otros se obsesionaron con buscar a ese lobo con piel de oveja, convencidos de que algún día ella regresaría.

Aunque lo dudo mucho, la anciana se mudó a un lugar remoto donde su nombre y su rostro no despertara sospechas. Siempre buscaba lo mismo: padres confiados y niños indefensos en ellos encontraba su más exquisito manjar, con su sonrisa amable se infiltraba en sus vidas, pronto la casa se llenaba del suave aroma de sus guisos, cuya preparación pocos podrían imaginar.

Aquellos ingenuos encantados con sus dotes culinarias, jamás sospechaban que el plato fuerte de su exquisita cena era la misma carne y sangre de sus hijos.

Y al final de cuentas la carne humana sazonada era la más deliciosa del mundo, así que sus próximas víctimas jamás olvidaran: aquel aterrador festin.

FIN

AUTORA Karen J.G.R